Harvard no solo es la universidad más prestigiosa del mundo, también es la más rica. Con una dotación de 53.000 millones de dólares —una cifra superior al PIB de países como Islandia o Bolivia—, cuenta con los recursos suficientes para financiar sus actividades y resistir presiones que debilitarían a otras instituciones.
Sin embargo, esta semana su fortaleza financiera fue puesta a prueba: el presidente Donald Trump anunció la congelación de 2.200 millones de dólares en fondos federales, acusando a Harvard de no cumplir ciertos requisitos relacionados con su funcionamiento, contratación y contenido académico. En su red Truth Social, Trump llegó a declarar:
“Quizá Harvard debería perder su exención fiscal y tributar como una entidad política si sigue promoviendo su ‘locura ideológica’ inspirada en el terrorismo.”
Más tarde, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, intensificó la presión afirmando que:
“Harvard debe disculparse por el flagrante antisemitismo en su campus.”
A finales de marzo, el gobierno ya había advertido sobre la posibilidad de retirar hasta 9.000 millones de dólares en subvenciones federales tras una “revisión exhaustiva”, alegando que la universidad había tolerado un aumento del antisemitismo.
A diferencia de la Universidad de Columbia en Nueva York, Harvard ha optado por resistir la presión de la administración Trump. Situada en Cambridge, en el área metropolitana de Boston, la universidad ha sido escenario de múltiples protestas estudiantiles contra la guerra en Gaza. Trump acusa a las universidades de la Ivy League de permitir manifestaciones “hostiles a Israel” tras los atentados del 7 de octubre de 2023, que él califica de propaganda antisemita.
En una carta dirigida a estudiantes y profesores, el presidente interino de Harvard, Alan Garber, aseguró que la universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales:
“Ningún gobierno, independientemente del partido que esté en el poder, debe dictar a las universidades privadas lo que deben enseñar, a quién admitir o contratar, o en qué áreas investigar.”
Poco después, el gobierno estadounidense respondió congelando 2.200 millones en subvenciones federales.
Aunque estas ayudas representan cerca del 11% del presupuesto anual de 6.400 millones de dólares de Harvard, su vasta riqueza le permite mantener una relativa independencia financiera. Como explica el historiador estadounidense Romain Huret, presidente de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales):
“Es la universidad más rica del mundo, así que no tiene problemas para enfrentarse a Donald Trump.”
Además de los fondos federales, Harvard cuenta con dos fuentes clave de ingresos: las tasas académicas (59.000 dólares al año) y las donaciones privadas de fundaciones, empresas y exalumnos. Sin embargo, la amenaza no termina ahí. Trump también ha sugerido eliminar los beneficios fiscales para donantes, lo que preocupa profundamente al mundo académico.
Otro riesgo es el posible retiro de apoyo por parte de mecenas que consideren que la universidad se ha vuelto demasiado “woke”. Trump ha redoblado sus ataques contra las universidades, acusándolas de promover una agenda progresista y advirtiendo que recortará su financiación si censuran voces conservadoras o permiten protestas contra Israel.